Entre los ebrardistas y en grupos de empresarios temerosos, circulan un par de tesis, falsas pero peligrosas, para quienes no quisiéramos vivir la continuidad de la 4T. La primera es simplona, pero ingeniosa; la segunda es simplemente errónea.
Entre los partidarios de Ebrard, incluyendo firmas encuestadoras patito y cercanas a esa candidatura, se ha puesto de moda la idea de que deben fortalecer en todo lo posible la candidatura de Xóchitl Gálvez dentro de Va por México. El razonamiento es sencillo. En la medida en que Xóchitl crezca, y Sheinbaum siga implosionando —como el Titán—, López Obrador se verá obligado a cambiar de caballo, ya no a la mitad del río, sino prácticamente saliendo del río o acercándose a la orilla. De no haberse dado la irrupción de Xóchitl, podía seguir con una candidata que no despegaba, enfrentada a dos posibles rivales —Santiago Creel y Enrique de la Madrid— que en la opinión de Morena —no la mía— eran candidatos fáciles de vencer. Pero ahora las cosas han cambiado, o por lo menos eso piensan ellos.
Entonces, si se genera la impresión de que Xóchitl va a ser la candidata de Va por México, y que será una aspirante de temer, el propio López Obrador puede decidir que debe de sacrificar a Sheinbaum y poner a Ebrard porque se encontraría en mejores condiciones para contender contra Xóchitl y, en su caso, ganarle. Esta idea, muy popular entre la tropa, descansa en dos premisas falsas.
La primera es que los presidentes priistas —López Obrador obviamente es uno de ellos— pueden modificar su decisión sobre la identidad del elegido, del beneficiario del dedazo, al cuarto para las doce. Por lo menos desde 1940, no parece haber sucedido esto ni una sola vez. Como he tratado de contar en La Herencia, hubo presidentes que sabían desde un principio a quién querían nombrar —creo que es el caso de AMLO— y otros que por una serie de vicisitudes debieron optar por un candidato por default: Díaz Ordaz, López Portillo, y en el caso extremo, desde luego, Carlos Salinas.
Pero cambiar de idea a menos de dos meses de tomar la decisión, no ha sucedido nunca, y no parece que pueda ocurrir en esta ocasión. Se dice por ahí, de fuentes muy bien informadas, que horas después de la muerte de Luis Donaldo Colosio en 1994, el profesor Carlos Hank González le hizo llegar al presidente Salinas un recado: “El sistema no admite dos dedazos, apúrese”. Esta es la primera premisa falsa de la gente de Ebrard.
La segunda premisa falsa es que Ebrard sería un mejor candidato contra Xóchitl que Sheinbaum. Al no disponer de encuestas serias hasta hoy, porque en ambos casos se trata de preguntas hipotéticas —Xóchitl o Ebrard; Xóchitl o Sheinbaum—, es difícil llegar a una conclusión definitiva al respecto. Pero si es ventaja ser mujer ya en el México de hoy —yo no lo sé—, esa ventaja la tendría Xóchitl frente a Ebrard. En cuanto a las narrativas opuestas: ella, la candidata popular, de origen humilde, identitaria, simpática, agradable, etcétera; él, varón de apellidos extranjeros, blanco, alto, desprovisto de carisma: no sé quién sea mejor rival de Xóchitl para López Obrador, suponiendo que esté pensando en esos términos.
Pero, en todo caso, la pregunta es obvia: ¿qué piensa López Obrador al respecto? En el sistema priista, los candidatos siempre pasan horas, días y años tratando de leerle la mente al jefe. Seguramente la gente de Ebrard está haciendo eso hoy. Me imagino que la de Sheinbaum también.
La segunda tesis es que, si en efecto esto sucediera, por las razones que fuera, México se habría “salvado”. Al contender en la final Gálvez y Ebrard, ya daría lo mismo quién gane, prácticamente. En ambos casos se habría abandonado ya la vía de la 4T, las aberraciones de López Obrador, las barbaridades de Morena y el país ya no quedaría en manos de locos. No sé si sea una gran idea que los empresarios anden circulando esta tesis, si buscan convencer a López Obrador de sacrificar a Sheinbaum y poner a Ebrard. Si hay algún razonamiento que pudiera provocar que López Obrador se negara a esa sustitución, sería justamente este. Y pueden imaginarse quienes suscriben este peregrino argumento que si a ellos se les ocurre, a López Obrador también.
Más bien pienso que la inmensa mayoría de los empresarios sensatos de México deben haberse convencido de que si creen que Xóchitl es la mejor opción —aunque muchos puedan con razón pensar que Creel o De la Madrid también lo son— conviene poner todas las fichas en la casilla de Xóchitl y no dividirlas entre dos. Cierto es que la esperanza es lo que muere al último, pero el grado de desesperación de los partidarios de Ebrard ha de ser muy grande para que estén elucubrando con estas fantasías.