La renuncia de Arturo Zaldívar, quince meses antes de que terminara su periodo como ministro de la Corte, encierra una serie de implicaciones éticas, sobre la separación de poderes, la desaparición de poderes, la necesidad de respetar las apariencias, y la sustancia de lo que significa dicha separación. Sólo quisiera ver que un juez de la Suprema Corte de Estados Unidos renunciara —allá la designación es vitalicia— para irse a la campaña de Trump, por ejemplo. Aunque en el caso del corrupto de Clarence Thomas, no tendría que renunciar porque ya están —él y su esposa— en la campaña de Trump. Pero me parece más interesante ver lo de Zaldívar y su incorporación a la campaña de Sheinbaum desde el punto de vista de la siempre tensa relación entre el presidente saliente y su candidata a sucederlo.
De haber concluido Zaldívar su periodo en la fecha prevista, la facultad de nombrar al sucesor o sucesora caería en manos ya sea de Xóchitl Gálvez, ya sea de Claudia Sheinbaum. En primer lugar, si López Obrador se adelantó —y obviamente Zaldívar nunca tomaría una decisión de este tipo sin consultarle—, teme que Gálvez pueda ganar, y entonces voltear la correlación de fuerzas en la Corte, dejando a dos acólitas suyas ahí. Pero también López Obrador le arrebata a su delfina la opción de designar al sucesor o sucesora de Zaldívar.
En efecto, si suponemos sin conceder que Sheinbaum ganara la elección, ella mandaría la terna al Senado. Es posible que la terna que mande López Obrador la consulte con Sheinbaum, o en todo caso que ella se dé por enterada de la terna escogida por él sin pedir la venia de la candidata de Morena. Pero en cualquiera de los casos, es obvio que ya no fue ella la que designó libremente y sin la presión, la influencia o la persuasión de López Obrador al nuevo(a) ministro(a) de la Corte.
Desde luego, no tengo la menor la menor idea de si esta fue la razón por la que López Obrador aceptó la renuncia de Zaldívar. Eso lo sabe únicamente el psiquiatra de López Obrador, si es que tiene uno, o las personas más cercanas a él. Pero ya se trata de un nuevo recorte, antes de tiempo, al poder de la sucesora —insistiendo de nuevo— si es que gana. Ya decidió quién iba a ser líder de la bancada de Morena en el Senado, en la Cámara de Diputados, y por lo menos un miembro del gabinete. Ya decidió qué iniciativas va a mandar al Congreso en el mes entre la toma de posesión de las nuevas Cámaras y su salida de Palacio. Ahora ya designó a una ministra de la Suprema Corte. López Obrador está nombrando a varios embajadores a menos de un año de que concluya el sexenio, con un costo de más de 25 000 dólares por traslado. Una de las cadenitas fue especialmente cara y absurda: Carmen Moreno Toscano, la subsecretaria, va a Holanda; José Antonio Zabalgoitia, en Holanda, va a Viena; Campuzano, en Viena, va a Malasia; el de Malasia va a Líbano, porque a Omar Fayad, cuyo beneplácito para Líbano había sido pedido, resulta que no le gustó la residencia en Beirut, mucho antes de la nueva guerra de Gaza. Entonces Fayad se va a Noruega.
Todo esto son recortes de poder de la sucesora, sea Xóchitl o Sheinbaum. Supongo que si es Sheinbaum, López Obrador da por sentado que seguirá la actual secretaria de Relaciones en el puesto y que los nuevos nombramientos de embajadores ahí permanecerán un buen tiempo. Ahí, en todo caso, Sheinbaum o Xóchitl podrían removerlos, a la nueva ministra de la Corte no, a menos de que la chantajearan como a Medina Mora. Para los que piensan que López Obrador se va a ir tranquilamente a su casa terminando el sexenio, les tengo esta noticia, ojalá la aquilaten.