Una de las características más entrañables de la 4T, y que seguramente vamos a extrañar cuando ya se vayan el año entrante, es la proclividad de sus miembros a confundir países por diversas razones. Es cierto que puede parecer clasista o francamente arrogante pedirle a gente que no necesariamente ha podido entrar en contacto con el resto del mundo, con la geografía, incluso con la historia, que sepan la diferencia entre una nación y otra. Esto requiere de estudios muy sofisticados, de posgrado, de posdoctorado, en universidades neoliberales, porque desde luego hay —como diría cierto personaje— una geografía neoliberal y una del pueblo.
Quisiera destacar, a raíz de la designación de Lenia Batres como ministra de la Suprema Corte, el más reciente ejemplo de esta predilección de Morena por sustituir un país por otro. Durante su comparecencia ante el Senado hace ya casi un mes, la nueva ministra entró en una larga disquisición sobre el Common Law en la justicia anglosajona y las diferencias entre el principio de precedente que existe en el derecho anglosajón y la jurisprudencia mexicana. Y dijo: “En Estados Unidos, donde no existe una Constitución escrita, el Common Law y los precedentes revisten una gran importancia”. Es evidente que no es que ignore que desde luego Estados Unidos tiene una Constitución escrita. Fue redactada principalmente por los padres fundadores —Jefferson, Madison, Jay y varios más— y aprobada por la Convención Constituyente en 1787. Se le agregó rápidamente el llamado Bill of Rights, que son las famosas diez enmiendas iniciales —ratificadas en 1789— a las cuales se han ido sumando otras tantas a lo largo de los casi 250 años de esa Constitución escrita.
Es obvio que Lenia Batres simplemente cometió una especie de lapsus, confundiendo a Inglaterra —o Reino Unido, si se prefiere ya hoy— que efectivamente no cuenta con una Constitución escrita sino con una serie de documentos fundacionales y legales que constituyen el corpus jurídico normativo de ese país. Convendría, sin embargo, que antes de su primer encuentro con algún homólogo suyo de la Suprema Corte de Estados Unidos, le echara una rápida revisión a la Constitución estadunidense, ya que es breve, sencilla y fácilmente disponible casi en cualquier supermercado de la Unión Americana. O quizás su radicalismo y el de su familia, reflejado en los nombres de pila que sus padres le dieron a Valentina, Martí y Lenia, y que muestra que en efecto la nueva ministra viene del ala más pura y dura del lopezobradorismo, le impide leer cualquier texto procedente del imperio.
El flamante embajador Omar Fayad también nos ha regalado una aportación importante a los lapsus freudianos o a la simple ignorancia. Después de haber decidido ser nombrado embajador en Líbano, y de haber sido solicitado y otorgado el beneplácito para que nos representara en ese país, parece ser que visitó Beirut para conocer la residencia del embajador en esa bella ciudad levantina, sólo para concluir que no era de su agrado. Y como obviamente un exgobernador priista de Hidalgo que le garantizó la elección de gobernador a Morena no podía ser nombrado embajador en una adscripción donde no se sintiera a gusto, ahora fue finalmente ratificado por el Senado como embajador en Noruega.
Sólo que también, y quizás a raíz de su comentario que no tenía ningún mérito para ser embajador, nos dijo que iba a trabajar fuerte en las relaciones comerciales, incluso con un webinar para exportadores mexicanos en… Suecia. Es cierto que Noruega y Suecia pertenecen ambas a Escandinavia, una construcción geográfica, cultural y hasta cierto punto jurídica, ya que, por ejemplo, existe una línea aérea de los tres países, siendo Dinamarca el tercero (cuyo sistema de salud ya hemos superado en México). En fin, no es muy grave, ni para los noruegos ni para los suecos que alguien los confunda, mucho menos que lo haga un embajador que no tiene mérito alguno para serlo, y que sólo va a Oslo como plato de segunda mesa. Pero quizás valdría la pena que Fayad le dedicara unas horas de estudio en su vuelo a Oslo a las diferencias entre Noruega y Suecia.
Los más inteligentes y capaces de los funcionarios de la 4T tampoco escapan a este patrón. En su comparecencia ante el Senado para ser ratificada como secretaria de Relaciones Exteriores, Alicia Bárcena hace varios meses nos informó que era bien sabido que Irán tenía armas nucleares, que todo el mundo lo sabía y que México se oponía, siempre se había opuesto incluso desde el Tratado de No Proliferación de los años sesenta, a que Irán tuviera un arsenal nuclear. Obviamente se trató —aquí sí— de un lapsus freudiano por parte de la canciller, ya que se refería a Israel. No es imposible que algún día Irán sí disponga de armamento termonuclear; lo que es más, Israel ha declarado que de ninguna manera lo aceptaría, y Estados Unidos bajo Obama negoció un acuerdo, el JCPOA, para detener o extender en el tiempo el programa de enriquecimiento nuclear de Teherán. Trump renegó de ese acuerdo, Biden ha tratado de renegociarlo, pero no lo ha logrado.
Bárcena obviamente se refería a Israel y no a Irán. En efecto, desde los años sesenta Israel cuenta con un arsenal nuclear, construido en el complejo de Dimona en el Néguev, básicamente con la asistencia francesa del general De Gaulle hace ya más de medio siglo. En la obra de teatro Golda, y en la película que se filmó recientemente a partir de dicha obra, figura el intercambio entre Golda Meir y Henry Kissinger sobre el posible uso de la bomba israelí durante la guerra de octubre de 1973 entre Israel y Egipto. En ninguno de los dos casos, ni Irán ni Israel, sin embargo, un secretario de Relaciones Exteriores de México debe hacer mención de ello. Irán no tiene armamento nuclear, Israel sí pero siempre se ha negado a comentar sobre su existencia refugiándose en una ambigüedad estratégica aceptada por todos los amigos de Israel. México es uno de ellos, entre otras razones porque tenemos un Tratado de Libre Comercio con ese país.
Entonces, pues sí hay esta propensión de la 4T por confundir países. No es grave; pero quizás sería preferible evitarlo. Sobre todo que en ocasiones hasta el propio López Obrador se hace bolas, como cuando no quiso ir a la Cumbre de APEC en San Francisco, confundiéndola con la de la Alianza del Pacífico. Finalmente fue a la de APEC en San Francisco, pero en una de esas hubiera viajado a Perú a la de Alianza, aunque le caiga tan gorda la presidenta de ese país.