Hace 30 años entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, o TLCAN, que se convirtió en T-MEC en 2019. El número de enero de nexos reúne una serie de textos de gran interés sobre este acontecimiento histórico para México, y en mucho menor medida para Estados Unidos y Canadá. Incluye entrevistas con negociadores, opositores, especialistas, así como ensayos y artículos de distintos expertos sobre diferentes facetas de lo que ha sucedido durante estos 30 años.
Huelga decir que las discusiones y la polarización de los años inmediatamente previos a la aprobación del TLCAN por el Congreso de Estados Unidos a finales de 1993 se siguen reflejando en las posturas de muchos de los autores o entrevistados en este número de nexos. No podría ser de otra manera. Nadie iba a cambiar de opinión sólo porque los hechos han cambiado —al contrario de lo que decía Keynes—, pero además los hechos no le dan la razón de manera contundente a ninguno de los bandos. Más bien algunos hechos confirman los pronósticos positivos de muchos funcionarios de gobierno y economistas de aquella época, mientras que otros hechos corroboran varios de los vaticinios más pesimistas o negativos.
Extraigo unas cuantas reflexiones del número de nexos y de mi propia lectura de los 30 años que han transcurrido. En primer lugar, salta a la vista que si el TLCAN fue un instrumento para diversificar las exportaciones mexicanas, incrementarlas de manera notable y dotar al país de una base industrial y agrícola moderna para competir en los mercados mundiales, fue un éxito. Si el TLCAN fue un instrumento para atraer volúmenes de inversión extranjera directa a México muy por encima de lo que se obtenía antes, y muy superiores a los que han logrado otros países de América Latina, con o sin acuerdos de libre comercio con Estados Unidos —Chile, con acuerdo; Brasil, sin acuerdo— y si era un recurso para reducir la brecha económica, social, educativa, de salud, y de otros indicadores económicos y sociales entre México, por un lado, Estados Unidos y Canadá, por el otro, no fue un éxito. Para no herir a muchos de mis amigos en el otro bando, no utilizaría el término fracaso, aunque el largo ensayo de Santiago Levy y Luis Felipe López-Calva en la misma revista nexos de hace unos meses pregunta “¿Qué falló?”, interrogante equivalente a reconocer elementos de fracaso.
Una segunda reflexión se refiere al análisis contrafactual. ¿Qué hubiera sucedido en caso de no haber habido TLCAN? Esto no es lo mismo que plantear la continuidad de las políticas de industrialización vía sustitución de importaciones (ISI) en vigor por lo menos hasta 1985 en México. Ya a partir del ingreso al GATT en 1986, y con la mayor apertura de la economía y de la liberación de precios con la crisis de 1987, México en muchos sentidos ya había dejado atrás el esquema de ISI y el TLCAN tendió a convertirse más bien en un blindaje para la apertura, las privatizaciones y la liberalización anterior que un factor per se impulsor de esos procesos.
El contrafactual es si se hubiera seguido sin acuerdo de libre comercio con Estados Unidos y Canadá, pero también sin ISI; digamos el camino que siguieron otros países de América Latina en parte o durante algunos años, unos con éxito, otros de fracaso en fracaso, como la Argentina. Conviene recordar que la liberalización argentina durante los años 90 bajo la presidencia de Menem fue parecida a la mexicana. Es imposible responder a esta interrogante contrafactual, por más que algunos especialistas han tratado de construir modelos al respecto. Simplemente conviene dejarla planteada en los términos en los que se puede, recordando que la economía mexicana creció un promedio de 2.2 % – 2.4 % al año entre 1994 y 2023, una tasa muy inferior a la de los años del ISI, pero con un crecimiento demográfico también significativamente menor. El contrafactual sólo valdría si comparáramos esa tasa de crecimiento con la que hubiera sucedido en otro caso.
La tercera y última reflexión también sería de tipo contrafactual. ¿Qué hubiera sucedido si Salinas insiste en incluir el tema migratorio en el TLC, junto con transferencias de recursos significativos de Estados Unidos a México para infraestructura y cerrar la brecha o generar la convergencia, y acepta la petición de Bush de incluir la energía en general, y el petróleo en particular? En primer lugar, no sabemos si Washington hubiera aceptado el quid pro quo, aunque es muy posible que sí, sobre todo inmediatamente después de la primera guerra del Golfo. En segundo lugar, tampoco sabemos si el Congreso norteamericano, a pesar de la inclusión del petróleo en la ecuación, hubiera podido resolver el terriblemente espinoso tema de la migración. Aunque sí podemos concluir que si desde entonces, y hasta prácticamente ayer en la noche, no se ha podido avanzar realmente este tema desde 1986, se puede también conjeturar que no iba a ser fácil incluir el tema migratorio ni la existencia de fondos compensatorios en el TLCAN.
De nuevo la pregunta sigue abierta. Los partidarios del TLCAN tal y como se firmó dirán que era imposible cualquier alternativa; los críticos y partidarios de una alternativa diríamos que valía la pena insistir sobre todo a la luz de los resultados mediocres de crecimiento y cierre de la brecha en estos 30 años.
Para concluir, conviene repetir la tesis más divulgada durante estos años por analistas, en el sentido de que el TLCAN fue un intento de México, y de Salinas y su equipo, por blindar la nueva etapa de política macroeconómica, y de establecer un Estado de derecho para las empresas internacionales sin cuyas inversiones el crecimiento mexicano era imposible en vista de la astringencia de crédito ya en esos años. Sabemos que en parte ambas metas se cumplieron. Ni López Obrador ha podido romper los cerrojos que el TLCAN le impuso al Estado mexicano en materia de política macroeconómica, y enhorabuena. En cuanto al Estado de derecho, nos podemos preguntar si crear un enclave del imperio de la ley dentro de un país donde impera también la barbarie en materia de violencia, delincuencia, criminalidad, impunidad y corrupción, no fue un pretexto para no hacer la tarea en este segundo frente, en lugar de limitarnos a lo que finalmente fue una solución de facilidad en el primero.