En mi columna semanal de ayer en El Universal intenté explicar por qué —en los casos de buena fe, no de los corruptos o acomodaticios— existe una tendencia en el seno del empresariado, de la comentocracia, y de las organizaciones de la sociedad civil, de “llevar la fiesta en paz” con el nuevo gobierno. Subrayé que entendía la lógica de esta inclinación —el cansancio, el desgaste, el debilitamiento— y que compartía sus orígenes, aunque no la manera en que se manifestaba en muchos casos: desenterrar falsas divergencias entre AMLO y el nuevo equipo, junto con virtudes inexistentes dentro de este último. Menos aún me sumaba a la sumisión abyecta de algunos —serán cada vez más— ante cada decisión o pronunciamiento de la presidenta electa. Pensaba más bien en una interlocución “normal” entre ella y sus opositores, críticos o adversarios.
En redes sociales me han respondido con tres argumentos, además de los insultos de la jauría morenista: se trata de un planteamiento ingenuo, cínico, y cobarde. Trataré de atender las tres acusaciones.
No sostengo que Claudia Sheinbaum se encamine hacia una interlocución “normal”. Lo dudo. Pienso que debiera hacerlo, porque le conviene a todo el mundo. Por “normal” entiendo lo que sucede en la mayoría de los países democráticos, aun fuertemente polarizados, y que ha ocurrido en México en el pasado reciente, desde Echeverría hasta Fox, por lo menos. La Presidencia —no sus empleados— celebra encuentros, intercambios, debates, en público o en privado —de preferencia— con sus críticos, oponentes escépticos —nacionales y extranjeros— y estamentos distintos, sin que nadie abandone sus posiciones pero donde cada quien entiende mejor las posiciones del otro. Que este diálogo haya sido corrupto en algunas ocasiones en México no significa que siempre lo fue, ni que siempre lo será. No creo que Sheinbaum se atreva a esto, pero creo que debiera.
El reclamo del cinismo se resume en una afirmación ¿Cómo se atreve el proponente de la guerra sucia contra Sheinbaum a proponer ahora una interlocución “normal”? En primer lugar, reitero que yo únicamente señalé que en las condiciones en las que se encontraba Xóchitl Gálvez antes del segundo debate, el manual de consultores indicaba que se debe recurrir a la “guerra sucia”, entendida esta no como “Go negative” (expresión de mi amigo y colega Leo Zuckerman), sino como búsqueda y divulgación de hechos contrarios a la campaña, a la historia, a la personalidad, a la familia, al carácter de su oponente. En otras palabras, lo que alguien hizo la víspera del debate con el video del hijo de Xóchitl en estado inconveniente y dirigiéndose de manera inadecuada a la policía. Y no lo que hizo Xóchitl en el tercer debate, invocando libros sin sustento ni rigor, o con dibujos infantiles de Pinocho. Ojalá me hubiera hecho caso; peor no le pudo haber ido.
Pero, sobre todo, no sugiero la interlocución “normal” para mí; soy lo de menos. Son centenares de activistas, de columnistas y conductores, de empresarios y ejecutivos, de políticos y académicos que han sido objeto del oprobio de López Obrador. A mí me menciona poco, nadie depende de mí, y dispongo de múltiples oportunidades para sobrevivir otros seis años de ostracismo y estigmatización. Prefiero lo contrario, pero si Sheinbaum acepta la interlocución “normal” con todos los demás y me excluye a mí, me daré por muy bien servido.
La acusación de cobardía, y de rendirse, es la más pertinente. En efecto, ¿por qué no seguir luchando? ¿Por qué buscar una especie de “tregua”? Por las razones que ya esgrimí. El golpeteo constante por parte de un 40% de la sociedad desgasta, agota, y no funcionó. Rendirse tampoco es una opción, porque significa caer en la trampa de Echeverría de los aviones de redilas en los viajes presidenciales, o sumarse a un proyecto ajeno, a cambio de un hueso, como todos los gobernadores/embajadores de la 4T. Menos aún, con el afán de agudizar las divergencias entre AMLO y Sheinbaum, conviene invocar el desafortunado “Echeverría o el fascismo” de Carlos Fuentes. Sé lo que no quiero, pero entiendo que algunos contemplen mi exploración como producto del miedo o de la fatiga. Me quedo por ahora con la consigna inteligente pero totalmente irreal de Trotsky en Brest-Litovsk: “Ni guerra ni paz”.
PD. De pasada anoté ayer que en ocasiones algunos nuevos o viejos epígonos del gobierno entrante descubren virtudes desconocidas en personajes que hasta ayer eran altamente criticables. Dije que son los mismos. Pues de los cuatro de hoy, tres son los mismos. Y uno, Mario Delgado, repite la historia de 1976, que probablemente pocos recuerdan. Como siempre, había que encontrarle un puesto en el gabinete, por deferencia al mandatario saliente, al líder del partido durante la campaña. Echeverría (otra vez él) le impuso a López Portillo el nombramiento de dicho líder en la SEP. Solo duró un año. Se llamaba Porfirio. Ojalá a Delgado le dure más la fiesta, y más que su paso por Educación en el ex DF.