Escribí hace unos días en El Universal que los escándalos de corrupción dentro del gobierno y la 4T constituyen en buena medida errores autoinducidos. La estigmatización de la riqueza, o del estatus de clase media alta en México, inaccesible para la mayoría de los mexicanos, se les iba a voltear algún día a los morenistas. La desgracia vino antes de lo que esperaban. Los medios, las redes sociales, la oposición, el run-run de la sociedad les reclama gastos, vivienda, trenes de vida, prendas y viajes que no debieran ofender a nadie –la sociedad mexicana es una sociedad de clases– y que no exceden los bienes y servicios consumidos o poseídos por sus homólogos en buena parte del mundo (salvo Corea del Norte y Cuba). Pero al denostar a quienes también disfrutaban esas medio mieles a partir de carreras burocráticas o legislativas anteriores –más largas, por cierto– atrajeron la furia incluso de sus propios seguidores. No los bajan de nuevos ricos, corruptos, y en alguna medida, mentirosos.
Quiero ocuparme hoy de este último adjetivo. El caso Noroña-Tepoztlán ilustra las contradicciones en las que se envuelven los cuatroteros, desde la esposa y los hijos de López Obrador hasta altos funcionarios del actual gobierno. Con el ya pronto expresidente del Senado, los datos simplemente no cuadran, y no sólo los que revela el diario Reforma. El número de visitas a su canal de YouTube no alcanza para generar el ingreso que, según Noroña, justifica las mensualidades del crédito que obtuvo para adquirir la casa de los doce millones de pesos. Crédito que por cierto tampoco se explica del todo. Una hipoteca a los 65 años de edad no es fácil de lograr, y los terrenos en Tepoztlán son casi todos de origen comunal, escasamente aceptados por los bancos como garantías de repago. Seguimos en Dinamarca: hay algo que apesta. Noroña se enreda en sus propias mentiras. Y conste que, como lo subrayó Hernán Gómez en una entrevista que le realizó hace poco, estamos de acuerdo Noroña y yo sobre el uso de boletos business para viajes oficiales de larga duración. Recurrió Noroña al mismo ejemplo que le ofrecí a Hernán hace un par de semanas.
Igual sucede con la casa de La Moraleja y la supuesta inscripción del hijo menor de López Obrador en la Universidad Complutense de Madrid. ¿Nunca fue la intención suya y de su madre mudarse a España?, ¿nunca solicitaron la residencia o la nacionalidad?, ¿nunca pagaron la inscripción, cara para no-españoles?, ¿nunca entregaron el depósito o el enganche para la casa?, ¿nunca hubo alguien que les prestó la residencia? Cualquiera de estos pasos deja una huella de papel, y alguien, o algunos, disponen de acceso a ella. Tal vez desistan de compartirla. Por ahora.
Lo mismo acontece con la villeggiatura de Andrés López Beltrán en Tokio. El problema no es que haya ido, incluso de shopping en Prada. De nuevo, son las mentiras, en las que ya fue cachado. Ni la duración de la estancia, ni el precio de la habitación, ni el monto de la cuenta, ni, sobre todo, el origen de los recursos para sufragar tales sumas, resisten la prueba de la risa, del ácido, o para los viejos como yo, del añejo. Otra vez, existe una huella de papel, que no se reduce a la factura del Okura. ¿López Beltrán pagó, o alguien le disparó el viaje?, ¿fue de placer, o de trabajo para negocios en curso en Japón y en China?, ¿buscó ser reembolsado por los gastos?, ¿de dónde salen los recursos para los cuentones del hotel, sin hablar de todo lo demás de una estancia de quince días en Japón (alimentación transporte, espectáculos, compras, diversión)?
Los de antes podían ser corruptos, ostentosos, opacos y mentirosos. Pero muchos respetaban la regla de oro del régimen de la Revolución: la discreción, para evadir la acusación moral –no penal– de enriquecimiento inexplicable. Las casas se escondían detrás de altos muros y árboles frondosos; los viajes se disfrazaban de misiones de trabajo, y las cuentas se liquidaban en efectivo. Sobre todo, los favores se mantenían en silencio, para luego devolverse con el tiempo, también en lo oscurito. Estos no aprendieron bien la lección; en efecto, no son iguales.