¿Qué hacemos con la Revolución?

Hoy que se conmemora el supuesto inicio de la llamada Revolución mexicana, se presenta una buena oportunidad para reflexionar sobre lo que pudo haber sido y no fue, a propósito de la manera en que sucesivos regímenes escriben la historia. Sergio Sarmiento comenta hoy en Reforma que la revolución fue una verdadera catástrofe para el país, y explica cómo los gobiernos priistas y ahora de la 4T han glorificado no sólo los acontecimientos sangrientos y destructivos de aquella época, sino también a asesinos y violadores como Pancho Villa. Muchos historiadores han afirmado más o menos lo mismo. Macario Schettino repite en estos meses sus tesis en una nueva presentación: Conspiraciones.

Lo que no se ha comentado lo suficiente es la manera en que dos gobiernos panistas, en teoría de ruptura con el priismo, mantuvieron los festejos del 20 de noviembre. Sobre el de Calderón no tengo mucho que decir; tal vez algunos de sus colaboradores en 2007 pudieran hacerlo. Pero sí recuerdo como el tema se presentó en 2001, a menos de un año de la toma de posesión de Fox.

¿Había que mantener el feriado y los festejos que evocan el alzamiento de los hermanos Aquiles Serdán? Los argumentos en contra, esgrimidos por varios integrantes del círculo cercano de Fox, incluyéndome, se concentraban en la naturaleza de la transición. La Revolución no pertenecía a México entero, sino a quienes vencieron: los sonorenses, y después al priismo, en sus diversas variantes. Hubo muchos vencidos, al principio y a lo largo de casi un siglo. No tenía sentido mantener una celebración del PRI, no del país. Si algunos gobernadores, diputados y senadores del PRI deseaban organizar festejos, allá ellos. Los partidarios de mantener la fecha sostenían que no se trataba de consumar una ruptura con el pasado y que los priistas, con quienes se buscaban acuerdos, se molestarían. El 20 de noviembre ya formaba parte de la historia patria.

Fox optó, como casi siempre, por un camino intermedio. Se canceló el desfile deportivo y militar, sustituyéndolo por un acto cívico en Los Pinos, la entrega de premios de deportes, y un discurso presidencial. En su breve alocución mencionó como única figura histórica a Madero y a los “héroes anónimos”. Pero en 2006, antes de terminar su período, Fox restauró el desfile y encabezó el acto público. Calderón mantuvo ese rumbo, y bajo su presidencia se realizó el desfile cada año. Quizá en ambos casos se trató de un gesto hacia el ejército, supuestamente imbuido de la tradición revolucionaria, o en todo caso beneficiario del suculento gasto que el desfile induce.

Se perdió una oportunidad de romper con el pasado, no sólo de distanciarse un poco de este. La prueba de la pertenencia del 20 de noviembre y de la revolución a la iconografía del PRI yace en su apropiación completa por López Obrador y Claudia Sheinbaum. Aunque en teoría presumen ser ambos de izquierda, no vacilaron en adueñarse sin mayor reflexión o debate de lo que muchos personajes e historiadores de izquierda siempre consideraron como un proceso donde la izquierda fue derrotada.

En nuestro libro del año pasado, Joel Ortega y yo procuramos mostrar cómo a partir de la revolución nacen dos izquierdas en México. Una, la de la revolución mexicana, convivió con los regímenes priistas y su consiguiente autoritarismo, corrupción, fracasos y desgracias. Otra, la izquierda independiente, combatió a todos los gobiernos emanados de la revolución, con la excepción del de Cárdenas. La Revolución mexicana ni siquiera pertenece a toda la izquierda mexicana del siglo veinte, mucho menos a todo el país.

Se trata de una ilustración adicional del carácter trunco de la llamada transición mexicana. El gran error, o la gran debilidad, de quienes participamos en dicha transición no consistió en la ausencia de un mayor bienestar asociado a la democracia representativa, ni en las tonterías de la 4T sobre “verdadera democracia” advenida sólo con ellos. La tragedia residió en no consumar la ruptura con el priismo: con sus ritos, sus usos y costumbres, sus leyes, sus sindicatos, su historia. Fue la falta de esta ruptura que trajo el retour du refoulé en forma caricaturesca: primero con Peña, luego con AMLO y CSP.

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