La T2: un costo más del Felipe Ángeles

Escribí aquí hace unos meses que al costo ya conocido del AIFA —penalidades por cancelar Texcoco, costo de construcción, costo de conectividad, etc.— había que añadirle el subsidio cotidiano a Santa Lucía, mientras operara con muy poco aforo. Doce vuelos diarios no dan para cubrir los gastos de energía, personal, mantenimiento, etc., sobre todo si dichos vuelos reciben un subsidio propio de TUA y de slots. Pues ahora resulta que es necesario agregar un costo adicional al Felipe Ángeles: el de la reparación de la Terminal 2 del Benito Juárez.

Ilustración: Víctor Solís
Ilustración: Víctor Solís

Algunos se preguntarán: ¿qué diablos tiene que ver el hundimiento de la T2 con el AIFA? Parece que mucho. Lo que sigue es una versión de neófitos de la historia, quizás no perfecta, pero cercana a la realidad. Cuando en el gobierno de Fox fracasamos en poder construir un nuevo aeropuerto en Texcoco, en buena medida porque López Obrador azuzó a los activistas de Atenco en contra —no quería que se cerrará el AICM, ubicado, obviamente, en la Ciudad de México—, se decidió fortalecer el aeropuerto de Toluca y construir una nueva terminal en el Benito Juárez. No habría una tercera pista, pero las nuevas instalaciones —edificio, plataformas, pista de carreteo— le darían una vida más prolongada al viejo establecimiento hasta que otro gobierno pudiera lograr la edificación de Texcoco. Huelga decir que la T2 se tenía que construir, forzosamente, donde se encuentra ahora: en los mismos suelos de allí, para atender a vuelos en las mismas pistas. Y era evidente que se trataba de una solución parcial y provisional: por motivos de saturación y de hundimiento de los suelos, la T2 tendría una vida útil de 10 a 15 años. Gracias a dos pandemias y sus consiguientes desplomes de tráfico aéreo, la saturación llegó un poco más tarde. Quizás mi colega y amigo Pedro Cerisola y Ernesto Velasco debieron haber sido más explícitos en cuanto a la duración de la viabilidad de la T2, pero siempre se supo que era limitada.

El problema es que los suelos en esa zona se hunden. Para hacer una nueva terminal, con las mismas pistas, se tenía que prever que las instalaciones —carreteo, satélites o brazos o dedos— se hundieran al mismo ritmo que las pistas existentes. Por tanto, no se construyeron con pilotes profundos. En cambio, no se quería que se hundiera el edificio central, que conecta a los dos brazos de satélites. Ese se construyó con pilotes de 60 metros, para evitar el hundimiento.

Con el paso del tiempo, había que aminorar el hundimiento de los satélites, tanto en relación a las plataformas como al edificio central. Eso requería supervisión constante y mantenimiento, incluso de cierto costo, sobre todo conforme pasaban los años. Cuando se cumplieron los diez años de la estimación inicial de vida de la T2, en 2016, Peña Nieto ya había lanzado la construcción de Texcoco. Calderón había comprado los terrenos necesarios, los locos de Atenco ya no pintaban, y aunque el hundimiento en el AICM se agravaba, aparentemente se tomó una decisión desafortunada, aunque lógica.

¿Para qué meterle un dineral de reparaciones a la T2 si de todas maneras se iba a cerrar cuando estuviera listo Texcoco, es decir, en 2020? Se recordará que en el esquema del NAICM, se abría éste y se cerraba Benito Juárez simultáneamente. Era un gasto elevado e innecesario. No se hizo. Quizás llevamos dos errores discutibles u comprensibles: no aclarar la magnitud del mantenimiento cuando se construyó, y no llevarlo a cabo cuando ya era indispensable.

Y luego, como diría Carlos Puebla, llegó el comandante y mandó parar. Canceló Texcoco, pero no le metió dinero a la Ciudad de México, ya que todo se iba a concentrar en el Felipe Ángeles. Finalmente se invirtió algo en las nuevas salas 75-81, pero no en las obras necesarias de apuntalamiento de los dedos de la T2. Transcurrieron tres años más, hasta que sonaron las alarmas. Como se ve claramente en la T2 al pasar del edificio central a las estructuras donde se encuentran las salas de salida, el hundimiento ya es aterrador, y cada vez hay, según gente cercana al aeropuerto, más dificultades para conectar los gusanos a la puerta de los aviones. La inversión de apuntalamiento ya no puede esperar más, sobre todo cuando se sabe que el AIFA tendrá que convivir con el AICM durante muchos años, a menos que algún día se rescate Texcoco.

Pero no es un problema de estética o de incomodidad. La gran pregunta es si la T2, como se encuentra ahora, resiste un sismo importante en la Ciudad de México. Todo esto, entonces, se debe sumar al costo del mamut blanco que es Santa Lucía.

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