A un año de las elecciones de 2024, la sucesión presidencial en México ha entrado en una etapa intensa, más larga que de costumbre y hasta cierto punto, previsible.
Apenas este domingo Morena, el partido oficialista, definió las reglas para determinar quién será su candidato para el año entrante, y fijó como plazo los primeros días de septiembre para una decisión final. La oposición ha anunciado que a finales de este mes habrá escogido el método que utilizará para los mismos propósitos; en su caso, la candidatura presidencial se conocerá un poco más tarde. Es el principio de la recta final.
La coalición que conduce el presidente Andrés Manuel López Obrador enfrenta varios retos. El primero abarca el conjunto de disyuntivas sobre la designación de su candidato. Se decidió que el método consistiría en una encuesta, que se realizará entre finales de agosto y los primeros días de septiembre. No se resolvió si dicho sondeo incluirá una batería de preguntas, y no únicamente la interrogante obvia: ¿a quién prefiere usted como candidato?
La primera opción favorecería a la aparente puntera, la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum; la segunda posibilidad es la que desea su rival más cercano, el excanciller Marcelo Ebrard. No habrá debates entre los seis morenistas que han alzado la mano, y todo el partido, pero en particular los gobernadores, diputados, senadores y secretarios de Estado habrán de abstenerse de apoyar con recursos públicos a sus preferidos. Los perdedores tendrán un encargo importante reservado desde ahora para el próximo sexenio, suponiendo que el abanderado de López Obrador gane la elección constitucional.
Una segunda disyuntiva radica en las alianzas de Morena. En 2021 a nivel federal, así como en varios estados a lo largo del sexenio actual, López Obrador contó con el apoyo de dos partidos, el del Trabajo y el Verde Ecologista de México. Necesita a ambos en 2024. Pero como ellos lo saben, y son profundamente transaccionales, van a vender caro su amor. La negociación vendrá después, aunque ya está en curso la disputa correspondiente.
A la luz de las encuestas públicas de las últimas semanas, si la decisión de la candidatura de Morena fuera hoy, y la elección presidencial mañana, la aspirante sería Sheinbaum y sería también la primera mujer presidenta de México. Ambas situaciones se encuentran sujetas a cambios, sin embargo. Ebrard puede remontar su actual desventaja y la impresión generalizada de que la candidata preferida de López Obrador es Sheinbaum, pero sin debates y con apenas dos meses de campaña por delante, que además son meses de vacaciones en México, no se ve muy factible su causa. En cuanto a la elección de 2024, la oposición tendrá algo que decir al respecto.
Esta, en principio, irá mayoritariamente unida en 2024, y quizás con un acuerdo entre todos los partidos que discrepan de la gestión de López Obrador.
A pesar de un resultado ambiguo en la elección para gobernador del Estado de México hace dos semanas -la coalición Va por México perdió, pero por un margen inferior al que pronosticaban las encuestas- la alianza de tres partidos se ha mantenido. El PAN, el segundo partido del país, el PRI, muy venido a menos, y el PRD, casi inexistente, han logrado conservar su unidad; postularán a un candidato único a la presidencia, a las 9 gobernaciones en disputa, incluyendo la capital del país, y en la gran mayoría de las elecciones para diputados y senadores.
El otro partido de oposición, Movimiento Ciudadano, que agruparía alrededor del 5% del voto nacional, por ahora insiste en presentarse solo ante los votantes el año que entra, pero es posible que cambie de opinión más adelante. No se sabe con certeza a quién le restaría votos si fuera solo, si a Morena o a Va por México.
El gran reto de la alianza opositora reside en encontrar un método para escoger a su candidato, en una coyuntura dentro de la cual nadie sobresale “naturalmente”. Se han animado varios panistas, priistas, perredistas, y un par de candidatos “ciudadanos”, pero ninguno despunta.
En teoría, el acuerdo al que llegaron los partidos de la alianza Va por México hace meses estipula que el candidato presidencial y para la Jefatura de la Ciudad de México serán de Acción Nacional, pero han surgido presiones de algunas organizaciones de la sociedad civil para que al menos el método sea abierto: elecciones primarias o un esquema híbrido.
Es poco probable que eso suceda; si la decisión se tomara hoy, mi pronóstico sería que la candidatura correspondería a Santiago Creel, exsecretario de Gobernación, o a Lily Téllez, senadora del PAN. Hay un dark horse en el horizonte, la senadora Xóchitl Gálvez, quien dijo estar “evaluando seriamente” la posibilidad de ser candidata. En principio, el 26 de junio los tres partidos de oposición anunciarán su método y el cronograma correspondiente al proceso interno de selección del candidato. Seguramente habrá aspirante hacia finales de septiembre o a comienzos de octubre.
Se antoja difícil que haya muchos cambios en la correlación de fuerzas que actualmente arrojan las encuestas antes del arranque de las campañas oficiales el 1 de diciembre. Lo más interesante de aquí a entonces será ver en qué medida López Obrador sigue creando espacios de poder para sí mismo en el próximo sexenio.
En efecto, ya se comprometió a enviar proyectos de modificación constitucional entre el 1 de septiembre de 2024, cuando toman posesión las nuevas cámaras legislativas, y el 30 de dicho mes. Se trata de incorporar la Guardia Nacional al Ejército, y de elegir a los miembros de la Suprema Corte y a los consejeros de la autoridad electoral por el sufragio universal. Asimismo, en el acuerdo de la contienda interna de Morena, se dispuso que los perdedores ocuparán puestos de primera línea en el próximo sexenio: el segundo lugar, líder del Senado; el tercer lugar, líder de la Cámara de Diputados; el cuarto lugar un cargo importante en el gabinete. En teoría ninguna de estas decisiones le corresponde al presidente saliente, pero López Obrador aun así se las adjudica.
Habrá que recordar que será el primer presidente de México desde 1924 en llegar al poder con una fuerza social propia. El caso anterior fue el de Plutarco Elías Calles, y el primero desde 1940 en dejar la presidencia con una fuerza social propia. Todos los demás, desde Lázaro Cárdenas, obtenían su fuerza política de la investidura: carecían de ella antes, y la perdieron después.
López Obrador afirma que partirá tranquilamente a su casa el año entrante. Sus actos hasta ahora no lo confirman.