Se entiende que la oposición, excluyendo a Movimiento Ciudadano, esté preocupada por la manera en que escogerá a su candidato o candidata a la Presidencia. Frente al descarado dedazo de López Obrador en Morena, y ante la imposibilidad jurídica y logística, y probablemente política, de organizar verdaderas primarias con o sin el INE, los tres partidos y los grupos de la sociedad civil que dialogan con ellos busquen fórmulas intermedias que cumplan con una serie de requisitos en ocasiones contradictorias, si no incompatibles.
Se entiende también que las conversaciones entre todos ellos han transcurrido a lo largo de meses, durante los cuales, como dice Jorge Suárez Vélez hoy en Reforma, las circunstancias han ido cambiando paulatinamente. Me parece que quien quiera criticar la solución que finalmente encuentren partidos y activistas, académicos y expertos para cuadrar el círculo, debe tomar en cuenta que ellos, o todos, se encuentran o nos encontramos, ante un dilema sin fácil solución. Este es un buen punto de partida para analizar lo que en principio se va a anunciar este lunes.
La lógica de la oposición radica en una premisa: el método debe legitimar la candidatura. Hasta cierto punto tiene razón. En ausencia de primarias institucionales, como en Estados Unidos, Argentina o Chile, y en vista de un relativo empate entre todas las candidaturas que se habían presentado hasta hace poco, donde la mayoría son excelentes figuras políticas, pero ninguna despuntaba, reviste enorme importancia el disponer de un método no sólo que contraste con el de Morena, sino que intrínsecamente sea democrático, transparente, vendible y factible. Hasta aquí es difícil reclamarle mucho a esta oposición.
Pero si el método puede legitimar una candidatura, la inversa también puede ser válida. En distintos momentos, y en distintos países, diversas candidaturas han legitimado métodos que podrían haber parecido poco democráticos, transparentes, vendibles y factibles. En distintas coyunturas, en distintos momentos y países, personalidades de gran valor histórico, o de situaciones institucionales particulares, han competido por la presidencia de sus respectivos países y nadie ha cuestionado el método gracias al cual contendieron. Un ejemplo evidente es el que vemos hoy en el Partido Demócrata de Estados Unidos, el candidato será el presidente saliente, Joe Biden, porque es el presidente saliente. Y porque nadie, salvo Robert Kennedy Jr., con posiciones aberrantes, se propone retarlo en primarias que, o bien no tendrán lugar, o carecerán por completo de interés y de participación. La candidatura de Biden legitimará el método, que en el fondo será por aclamación. Esto ha sucedido —repito— en otros casos, pero también ha acontecido en México.
En 1999, cuando Vicente Fox llevaba ya casi dos años de haber lanzado su candidatura a la Presidencia, el PAN vio, quizás con algún desconcierto, cómo otros posibles aspirantes, como Diego Fernández de Cevallos, Carlos Medina Plascencia y Carlos Castillo Peraza, entre otros, declinaron conforme comprobaban que Fox se volvía poco a poco imbatible. Fox, en los hechos, fue postulado por el PAN por aclamación. El método era discutible, sobre todo en un partido que ya había celebrado contiendas internas para sus puestos de elección popular. Pero la candidatura de Fox fue tan eficaz, tan potente, y sobre todo tan exitosa, que fue ella la que legitimó un método que muchos hubieran podido haber cuestionado. Esto es lo que quizás los partidos de oposición y los grupos de la sociedad civil debieran hoy ir contemplando. Si encuentran una candidatura competitiva y consensual —e insisto en los dos atributos: sin ambos no funciona— esa candidatura puede terminar por legitimar prácticamente cualquier método.
Los tiempos son complicados. Antes del 5 de septiembre, cuando inicia el proceso electoral, la ausencia de regulación permite la simulación en la que ha incurrido Morena y todos sus candidatos. Es una buena razón para que la oposición se apresure. Pero disputarle los reflectores a Morena durante estos dos meses y medio, cuando el gobierno y su partido disponen de recursos ilimitados para visibilizar su contienda interna, puede parecer temerario. Hay una lógica para esperar hasta septiembre y, cuando Morena termine, la oposición arranque. Salvo que se habrán perdido setenta y pico de días frente a López Obrador. De nuevo, no hay buena solución. Por cierto, si alguien tiene un método genial que cumpla con todos los requisitos que se han mencionado aquí y en otras partes, sería muy bueno conocerlo. No parece haber surgido en una infinidad de discusiones, aunque desde luego varias propuestas son particularmente ingeniosas e innovadoras. Ojalá sean tomadas en cuenta.